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Un día en Kubu Island – Makgadikgadi

Kubu Island

Hace mucho tiempo quería visitar Kubu Island, en Makgadikgadi, en el salar de Sowa. Pero es uno de esos lugares nada fácil de acceder. Desde luego no para coger el coche y marcharme por mi cuenta.

Así que, una vez terminada la temporada de safaris de 2018 se presentó la oportunidad: los miembro de nuestro equipo han trabajado como leones, y para todos los grupos de nuestro safari, el campamento ha sido un éxito. Se merecían un premio. Y aquí mi oportunidad: organizar un viaje de incentivo para todo el equipo a Kubu Island

Con quien iba a ir mejor acompañada a este remoto lugar que con mi experto equipo?

Lo primero era elegir como alojarnos. La única opción es camping. Pero para evitar que el equipo tuviera que trabajar montando tiendas, elegí la opción de reservar Makgadikgadi Adventure Camp, a unos 16 km de Kubu Island.

Es un camping con tiendas pequeñas y colchonetas en el suelo. Cuenta con edificio de duchas y baños, zonas para organizar tus barbacoas y un área cubierta para comer, donde en temporada alta tienen un bar funcionando, aunque ahora estaba cerrado. Ya que en realidad el camping estaba cerrado, pero el dueño aceptó abrirlo y prepararlo para nosotros.

Así que organicé provisiones para 3 días, y nos pusimos en marcha. Cogimos equipo básico como sillas, un gazebo (por si acaso), lámparas…. y a los coches. La verdad es que yo sabía que la ruta nos llevaría un mínimo de 7 horas desde Maun. Y bueno, con eso de que «estábamos de vacaciones» nos movimos mucho más lento de nuestro ritmo habitual y salimos muy tarde de Maun, como sobre las 14:30. Ya se sabe «en casa del herrero, cuchillo de palo«.

Nuestra única guía para llegar eran las indicaciones telefónicas que nos había dado el  dueño del camping, y la app «maps.me» que sorprendentemente para mí, tenía registrado el camping y la ubicación de Kubu Island.

Seguimos la carretera Maun-Nata hasta que encontramos el desvío hacia el camping pasada la pequeña aldea de Zoroga, y cuando cogíamos esa carretera, ya de arena, el sol estaba cayendo.

Iba con mi equipo del campamento, más que acostumbrados a lidiar con situaciones extremas en el «bush», por lo que estaba relativamente tranquila. Aunque no puedo negar que iba un poco preocupada por tener que conducir en una ruta por la que no transita nadie, con tramos con mucha arena, y ni siquiera tenía claro si tendríamos que atravesar parte del pan, ya con algo de agua, que se convierte en una auténtica pista de patinaje. Y ninguno de nuestros guías se había podido unir al viaje.

Pero las vistas que encontramos mientras caía el sol, ya compensaban las horas que aún nos quedaban de conducción por delante.

La ruta fue increíblemente larga, pero el humor era estupendo. No deja de fascinarme que la gente local ame tanto la naturaleza, y que el mejor premio para ellos, fuera irnos un par de días al centro de los salares de Makgadikgadi.

Todos queríamos ir parando cada 5 mn, porque cada rincón de lo que veíamos llamaba nuestra atención, muy en particular con la magia que tiene la luz en África durante la puesta de sol.

Pero la noche caía y estábamos muy lejos. Así que estuve conduciendo durante 3 horas con noche cerrada, con la sensación de mover el coche a través que caminos que no terminarían nunca y que no tenían fin.

Había momentos en los que literalmente el camino desaparecía, pero yo simplemente seguía conduciendo.

A las 10.00 de la noche llegamos al camping. Hacía frío, mucho viento… Y eso que era Noviembre!!! Inicio del verano austral.

Todos estábamos muy cansados. La ruta había sido larga aunque muy bella. Pero el cansancio pesaba. Así que directamente nos instalamos en las tiendas para dormir.

Y al día siguiente…. Qué mejor forma de empezarlo que con un buen desayuno!!!!

Bueno, yo por la mañana no soy precisamente la persona más efectiva del mundo. Y fui la última en despertarme. De algo tiene que servir «ser la jefa»!

Cuando salí de mi tienda, ya andaban todos trasteando preparando cosas para el desayuno. La verdad es que, jefa o no jefa, me sentí un pelín avergonzada de que todo el equipo estaba ya en marcha, sacando provisiones, organizando la mesa…

Y a la primera que vi fue a Tshidi, a la que tantos queréis por su excelente cocina. Allí estaba ella con el fuego listo, y muy contenta, porque la cocina estaba instalada en una construcción tradicional: una cabaña redonda con paredes de adobe y techo de paja.

Qué queréis que os diga. Aunque repito, no me sentí muy bien siendo la última en unirme a la actividad, agradecí enormemente encontrar agua lista para prepararme un café que me despejara el cerebro y me convirtiera en persona. Ese café me supo a gloria bendita. Y ya con el cerebro un poquito más despejado, me puse manos a la obra a ayudar.

Y de aquella cocina al fuego empezaron a salir listos estupendos huevos revueltos, con salchichas, bacon… todo calentito y humeante. Unas ricas tostadas hechas al fuego a las que unimos zumo, café….

Uno de los desayuno más ricos que recuerdo, nos puso a todos el cuerpo estupendo y listo para seguir nuestra aventura.

Estómagos llenos. Todos listos para salir hacia el borde del Salar de Sowa y llegar hasta Kubu Island. Muy próximos, unos 10-15 km, que recorrimos aún pasando por algunas granjas, viendo algunas vacas, y mas baobabs florecidos. Incluido este con una hoquedad en su tronco, tal cueva formada en una colina rocosa. Y estaba claro que algún humano encontraba esta cueva confortable, hecho demostrado por encontrar dentro restos de fuego y una olla de hierro. Algún pastor que mientras cuida sus vacas en medio del desierto del Kalahari se refugia aquí tal vez para dormir, seguro para cocinar?

Seguimos conduciendo y, muy pronto, la vista del salar de Sowa (pronunciado Sua) apareció ante nosotros.

No sé si hay palabras que puedan describir la sensación de encontrarte ante esa inmensidad blanca frente a tus ojos, que parece no tener fin. Yo no me atrevo ni a intentar describir la sensación.

Por supuesto para mí no era la primera vez que estaba frente a los salares de Makgadikgadi. Pero la sensación que me embarga de pequeñez frente a la inmensidad, de paz, de belleza por la simplicidad, de comunión con la madre tierra, sigue siendo la misma cada vez que tengo oportunidad de ir.

Y creo que la sensación fue la misma para todos. Que aunque nacidos aquí, había gente entre mi equipo, que nunca había visto los Salares de Makgadikgadi.

Pero sí que era para mi también la primera vez en la que veía la inmensidad del salar alterada por la silueta al fondo de un promontorio: Kubu Island.

Esta formación rocosa de granito en medio del salar, hogar de 46 baobabs, es un monumento nacional y está considerado como lugar sagrado para la comunidad local, que aún hoy dejan ofrendas en la cueva que hay en la isla para aplacar a sus ancestros.

Para los amantes de la fotografía es el paraíso, en especial al amanecer y al atardecer, cuando la luz convierte a los baobabs en bellos monumentos dorados.

Desafortunadamente no hay demasiada vida salvaje en la zona. Por un lado, el motivo más importante para esta falta, son las vallas veterinarias que han cortado los movimientos migratorios de muchas especies.

Y por otro lado, dado que apenas ha llovido todavía, los pocos animales que superan el obstáculo de las vallas veterinarias, no encuentran aún ni alimento ni agua.

Pero aún fuimos bendecidos con el avistamiento de sprinboks, buitres y steenboks.

¿Puedo describiros como es la puesta de sol en Kubu Island?

No. Os dejo unas imágenes y opinad por vosotros mismos. Aunque sin duda alguna, lo mejor es venir a vivirlo!!!!

¿Quieres ver el albúm de fotos completo de este día en Kubu Island?

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